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Libertinos - Liberales Sociale
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Vista con Título | Refiere un Amigo |
Una tarde calurosa
Publicado en:4 Junio 2023 6:08 pm
Última actualización en:28 Marzo 2024 1:47 pm
700 vistas
Bueno, aprovechando que ya nadie entra en estas paginas puedo encuerarme tranquilamente y rascarme mientras leo mis mensajes. Bonito fin de semana...
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¿Hay alguien en casa?
Publicado en:29 Mayo 2023 11:40 am
Última actualización en:28 Marzo 2024 1:47 pm
1418 vistas
Creo que ya nadie escribe o lee los blogs. ¿Queda alguien en Passion o ya todos se fueron a otras páginas? Hace un par de años que no entraba por acá y está muy solitario. Por una parte está bien, así puedo decir lo que me plazca sin molestar a nadie, o subir fotos o video que no ofendan la sensibilidad actual. Bueno, probemos...
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El regalo de navidad
Publicado en:17 Deciembre 2021 11:58 am
Última actualización en:28 Marzo 2024 1:47 pm
1164 vistas
A raíz de la pandemia abandoné mi vida licenciosa, entregada a la concupiscencia (o, como dice el diccionario, “al apetito desordenado de placeres deshonestos”). No quería hacerlo, pero tuve que moderarme por razones de salud, pues no sólo eran los placeres de la carne, sino que también abusaba de la bebida y de la comida.
Entré a esta página en el año 2010 porque había roto con mi pareja. Después de estar casada por varios años buscaba divertirme, gozar de la vida, liberarme de toda atadura. Esperaba encontrar aquí nuevos amigos, ¡y vaya que los conseguí! Por supuesto, era como en el FB: tenía cientos de “amigos” con los que nunca llegué a platicar. Pero sí conocí a algunas decenas de personas divertidas e inteligentes, muchas de las cuales dejaron huella en mi vida.
Esta página fue un gran descubrimiento para mí y me dejé llevar totalmente por ese torbellino, sin pena y sin culpa. Estaba desatada. Cada quincena me citaba con alguien diferente; íbamos a cenar o a bailar, y si me gustaba la compañía prolongábamos la velada mucho más allá. Si Pitágoras no miente, tuve 24 citas ese año, y por lo menos unas veinte terminaron en la cama. Iba a cumplir 40 años y sentía que se me estaba yendo la juventud; sólo pensaba en buscar romances efímeros. Ese año del bicentenario fue el más promiscuo de toda mi vida.
Estaba tan afectada emocionalmente que después de pasar todo el año en la putería, al llegar la época navideña me sentí mal hasta por gente que no conocía: por los niños de la calle, por los albañiles que ofrecían su trabajo en las banquetas, por los vendedores que iban de puerta en puerta sin éxito, en fin; me sentía tan afligida por ellos que procuraba darles el mejor regalo que yo podía ofrecer. A los limosneros les regalaba un billete, por ejemplo (aunque no muy grande porque nunca me ha sobrado el dinero); a los niños de la calle les regalaba juguetes; a las viejitas les compraba lo que vendieran, aunque no me hiciera falta, etcétera.
Ese año también comencé a dar su aguinaldo a varios jóvenes que a lo largo del año se desvivían por atenderme: el encargado de la tienda que no sólo subía el pesado garrafón del agua hasta mi departamento, sino que también lo colocaba en su lugar; el chico que todos los días venía a ofrecerme antes que a nadie el pan recién salido del horno, y hasta el plomero-electricista (éste ya no tan chico) que siempre venía a ayudarme cuando lo necesitaba. A mi edificio entran todos los días numerosos trabajadores, pero sólo ellos fueron amables conmigo; sólo ellos me vieron puesto el traje de Santa Claus con que les di su aguinaldo; sólo ellos me quitaron el traje de Santa, y sólo ellos guardaron nuestro secreto a salvo. También comprobaron que si a ellos les encanta dar, a mí me encanta recibir.
Con el paso de los años me fui estabilizando, y aunque me reconcilié con mi marido, convinimos en respetar nuestra privacidad mutuamente: será mi esposo, pero yo decido sobre mi cuerpo y mi sexualidad. Por fortuna, este trato nos funcionó muy bien. Eso sí: si yo iba a llegar tarde, iba a pasar la noche fuera o me iba a ausentar el fin de semana, le avisaba para que no se preocupara y santo remedio.
De todos modos poco a poco dejé los encuentros fugaces, por lo menos en esa misma cantidad, hasta que llegó el covid. Desde entonces, por seguridad, por salud y, claro, también por la edad, decidí dejar atrás los encuentros con mis amigos. De vez en cuando entro a la página a charlar y comparto bromas o fotos, pero ya no mi cuerpo... por lo menos, mientras dure la pandemia. Ni modo, chavos.
Por eso deseo una muy feliz navidad no sólo a todos los amigos con quienes compartí tan buenos momentos, sino también a aquéllos con quienes no tuve la suerte de convivir, a quienes por lo mismo ofrezco una disculpa. ¡Les deseo muchas felicidades y que la vida sea mejor para todos el año próximo!
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En el castillo de la pureza
Publicado en:24 Noviembre 2021 4:31 pm
Última actualización en:28 Noviembre 2021 2:48 pm
1128 vistas
Nunca participé en un gang bang en mi vida. Lo más cerca que estuve de hacerlo fue en la fiesta de fin de cursos del salón y eso sucedió porque era tonta y engreída, ya que actuaba por arranques, sin pensar en las consecuencias de mis actos, como resultado del alcohol, la cólera o el despecho. Esa reunión tuvo lugar en un salón de fiestas que nos facilitó el papá de un compañero, un castillo padrísimo, con alberca de esponjas, toboganes y una habitación acondicionada como discoteca, en la cual colgaba una esfera que, en la oscuridad, giraba y proyectaba luces de mil colores en las paredes. ¡Mi primer antro! Como acababa de romper con mi novio llegué a la fiesta en plan de soltera. Mi reciente fama de chica mala me acercó a un grupito de chavas banda que yo antes evitaba porque las malas lenguas decían que eran libertinas y drogadictas; sin embargo, al conocerlas me di cuenta de eran bastante agradables. Nos encontramos en la fiesta y bailamos entre nosotras como locas. Mientras estuvo el encargado del lugar sólo hubo pizzas y refresco; cuando se fue, en las primeras horas de la noche, varios de los compañeros lo imitaron, pero poco después llegaron otros chicos, los maleados de la clase, quienes metieron a escondidas una garrafa de tequila. Pronto el licor comenzó a correr entre la horda de chamacos, que, al no estar acostumbrados a beber, comenzaron a actuar sin control, con la música a todo volumen.
Entre los que llegaron tarde estaba mi ex. Llegó con otra chica y, por supuesto, ni siquiera me saludó; se dedicó a platicar con ella toda la noche. Quise fingir que no me importaba, pero hacía poco que habíamos roto y me dio mucho coraje que ya anduviera con otra, así que para demostrarle que estaba feliz sin él comencé a coquetear con todos. No me costó trabajo llamar la atención de los chicos, pues en cada giro que daba mi faldita se levantaba y me permitía mostrar algo más que mis lindas piernas, convirtiéndome en el centro de atracción. Como había más hombres que mujeres, mis amigas y yo bailamos por horas, hasta que, agotadas, fuimos a sentarnos con los demás. Estaban en el rincón más lejano para que nadie viera la garrafa; en cuanto nos acercamos nos ofrecieron un vaso de tequila con refresco de toronja, el cual ingerí de un solo golpe. Sedienta, pedí otro y me lo bebí igual, hasta que se me quitó la sed. El alcohol y las risas hicieron que nos relajáramos. Así nos hubiéramos seguido por un buen rato, pero entonces alguien propuso jugar a la botella. Es un juego que todos conocíamos, de modo que nos sentamos en círculo y comenzamos de inmediato. Los retos eran muy difíciles a propósito para que todos recibieran castigos, y en ese momento el principal (y único) castigo era tomar un caballito de tequila. Poco a poco todos fuimos castigados; los que estaban mareados por el licor acabaron borrachos, y los que conservábamos la conciencia comenzamos a sentirnos aturdidos, hasta que se acabó el tequila. Mientras iban a comprar otra botella se propuso cambiar el licor por los besos, cosa que aceptamos entre risas, pues la mayoría eran hombres. Yo estaba envalentonada por el alcohol y no tuve problema en besar a cuantos me tocaron; es más, el hecho de que ahí estuviera mi ex me espoleó para dar besos muy tronados. Habría besado a todos los hombres si no hubiera sido porque algunos venían con sus novias, que jamás iban a permitir que la “zorra” del salón se acercara a sus galanes.
Tuve que hacer un alto para ir al baño y me quedé ahí un buen rato, porque me sentía algo mareada. Cuando regresé ya no vi a nadie y pensé que se habían ido, pero una de las chicas que encontré me dijo que se habían subido a la discoteca para seguir jugando. Me extrañó un poco, porque el lugar estaba muy pequeño. Cuando me asomé, me recibieron con aplausos. Apenas los distinguía en las penumbras y me senté donde pude. Hacía mucho calor. Entonces alguien giró la botella y apuntó a una de mis amigas, quien, en lugar de besar a alguien, se levantó y se quitó la blusa. Esto me sorprendió mucho, hasta que el chico detrás de mí me dijo en voz baja que el juego ahora era de prendas. Me encogí de hombros y aplaudí como todos los demás. Poco a poco nos fuimos desprendiendo de la ropa hasta que nos quedamos en paños menores. ¿Seguimos?, preguntó uno de los chicos. Todos nos miramos y, cuando una chica contestó: ¡seguimos!, reímos y aplaudimos. Lo que seguía prometía ponerse muy candente, así que muchos compañeros desertaron. Sólo quedamos cuatro chicas (las chavas banda y yo) y seis chicos, todos ebrios. Lo curioso es que yo había sido novia de tres de ellos, incluido mi ex, lo que me inspiró cierta confianza para seguir jugando. Reanudamos el juego y la primera en perder fue una chica; sin titubear se levantó, se quitó el sostén y se lo aventó en la cara a uno de los chicos; esto fue muy festejado y relajó el ambiente. Por eso, cuando me tocó a mí, no me costó tanto trabajo quitarme el bra. Nos encontrábamos en penumbras, de modo que mi desnudez estaba parcialmente oculta; sin embargo, pude darme cuenta de que los chicos se estaban excitando con tantos cuerpos desnudos. Uno de ellos, creyendo que nadie lo veía, comenzó a pajearse y eso me calentó un poco. Por eso, cuando desapareció la última prenda, alguien preguntó: ¿y ahora qué hacemos?, a lo que el mismo chico pajero contestó: que las chicas nos la mamen. Todos los hombres rieron y aplaudieron la ocurrencia, pero cuando una de las chicas les aventó: ok, ¡pero ustedes también!, entonces se quedaron callados. Antes de que dijeran algo, la misma chica giró la botella, que señaló al del anfitrión. Todos lo miramos y esperamos. Éste se colocó frente a ella, abrió sus piernas, acercó su boca a su entrepierna y le dio algunos lengüetazos; inmediatamente se levantó y dio por cumplida su obligación. Todos protestamos, pero insistió en que ya lo había hecho y giró la botella, que me apuntó a mí. Ahora todos me miraron. Desafiante, me hinqué delante de él, agarré su miembro y, después de tomar aire, me lo llevé a la boca. Estaba decidida a mostrarles cómo se hacía, de modo que a base de succiones y jalones levanté ese pene semierecto hasta que logró eyacular en medio de su borrachera. Nadie había perdido detalle y al final estallaron en aplausos. Acto seguido hice girar la botella y le tocó a una de las chicas; sin amilanarse, metió su boca en mi pubis y movió los labios con tal destreza, con tal sapiencia, que me abandoné completamente a esas sensaciones. Sentí que me deshacía en sus manos, que me arrancaba el alma con su boca, y no se despegó de mí ni siquiera cuando empecé a agitar la cadera por las múltiples vibraciones que manaban de mi vagina. Por fin pudo apartarse, pero me dejó en un estado altamente sensible. Ante tales ejemplos, los demás tuvieron que hacer lo mismo y el ambiente se cargó de tanto erotismo que un roce provocaba una reacción en cadena. Aprovechando la oscuridad, estimulado por el alcohol, excitado por lo que ocurría en el centro de la habitación, alguien atrás de mí me acarició el hombro. Sentí una corriente eléctrica recorrer mi espalda. Estaba hincada, con los glúteos descansando sobre la planta de mis pies, viendo hacia el centro del cuarto; de reojo vi a la persona que estaba sentada detrás de mí, y sin variar la posición de mi cuerpo me arrastré hacia atrás tratando de no llamar la atención, poco a poco, hasta que mis nalgas sintieron la cercanía de su miembro. Él también estaba de rodillas, pero había abierto las piernas para recibirme. Levanté un poquito las caderas, apoyé mi mano izquierda en su rodilla izquierda, la mano derecha en su rodilla derecha y poco a poco bajé mis caderas. Sentí la puntita de su miembro chocar conmigo y sentí de inmediato cómo movía el pene buscando alguna cavidad, hasta que encontró la entrada. Cuando sentí su glande en mi puerta, me dejé caer sobre él y pude sentir cómo entraba, lo que me arrancó un gemido muy leve. Ya no supe si me escucharon o si seguían viendo a la pareja en el centro, yo me concentré en ese animalito que ahora hurgaba mis entrañas y dejé la sutileza para disfrutarlo de mejor manera, sin preocuparme de los demás; estaba tan excitada que sentí que me orinaba sobre el regazo del chico, y por un brevísimo momento pude ver frente a mí a mi ex, mirando cómo dejaba caer las nalgas una y otra vez sobre un chico que no era él. Aquello me excitó tanto que pronto sentí que un estremecimiento subía desde mi ombligo hasta mi cabeza y un desvanecimiento que me hizo recargarme por completo en aquel chico, que me abrazó y me llenó de besos. Ahí perdí la noción del tiempo. Me sentía tan a gusto en esa silla que cuando me tocaba mi turno simplemente me enderezaba, cumplía con el castigo y me dejaba caer de nuevo en mi deliciosa silla. No sé por cuánto tiempo estuvimos ahí, pero la botella me señaló varias veces y cumplí hasta que me dieron ganas de orinar y vomitar. Me puse lo que encontré de ropa y corrí al baño. Ya no había música y sólo quedaban un par de parejas en la planta baja. Cuando volví al cuarto, el juego había terminado. Ya era tardísimo. Localicé el resto de mi ropa y me vestí. Me sentía muy mareada; afortunadamente uno de mis amigos se ofreció a acompañarme a casa.
Apenas recuerdo cómo llegué a casa. Mi padre me dio la regañiza de mi vida y me castigó por tiempo indefinido. Cuando volví a la escuela el lunes siguiente sentí el ambiente más pesado; ya no escuchaba sólo risitas o cuchicheos, ahora hablaban de mí sin disimulos como la zorra del salón; al principio atribuí la animadversión a la envidia de las últimas semanas, pero una de mis amigas me contó algo que sigo sin poder creer: tal parece que la persona que estaba detrás de mí no era la misma siempre, pues los chicos se recorrían cuando me levantaba para cumplir mi castigo, y como nunca me fijé en quién me servía de silla, excitada y borracha, pasé por alto semejante detalle. Según mi amiga, no me lo había dicho porque pensó que yo me había dado cuenta. Me quedé atónita al escuchar semejante versión y opté por no hacerle caso: eso no pasó. Por si acaso, conforme cumplía mi castigo y entraba a la prepa, me hice el propósito de jamás volver a beber como lo hice en esa fiesta. Y aunque sé que no hice lo que dicen que hice, juré que nunca lo volvería a hacer. Y he cumplido.
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Primus fellatio
Publicado en:19 Noviembre 2021 11:54 am
Última actualización en:16 Mayo 2023 5:26 pm
1675 vistas
Despues de mi primera vez comence a tener novios, muchos novios, pero evitaba en lo posible el sexo, hasta que un tipo me movio el tapete. Me acompaniaba a casa y nos quedabamos platicando en la puerta del edificio hasta que se haci­a tarde y sali­an a buscarme; por eso cambiamos a las escaleras que dan acceso a la azotea, donde estan los lavaderos. La penumbra es el lugar propicio para el amor; ahi­ aprendi­ a conocerme mejor y a descubrir los deseos masculinos. A el le encantaba tocar mis pechos y a mi me excitaba sentir sus caderas; cada uno de sus movimientos causaba sutiles cambios en mi cuerpo: pequenias contracciones dentro de mi­, humedad en mi vagina, mayor sensibilidad en mi cli­toris. De tanto frotarnos nos parecio lo mas natural comenzar a manipularnos mutuamente. El era bastante tosco y no siempre lograba prenderme; en cambio, yo aprendi­ a sobar su entrepierna con tanta soltura que bastaron dos noches para hacerlo llegar a su cli­max. Pero el resultado final era incomodo para el, pues su ropa quedaba sucia y, peor aun, manchada. Entonces dimos el siguiente paso: subimos a la azotea y nos metimos a la jaula donde se tiende la ropa. Junto a la lavadora habi­a un banquito donde nos sentamos, nos besamos, nos acariciamos y, cuando senti­ el entumecimiento de su miembro, meti­ la mano dentro de su pantalon y lo agarre. No era facil manipularlo asi­, de modo que lo hice levantarse, le baje el cierre y lo saque. Un pene joven, delgado, hermoso. El fresco de la noche lo desanimo un poco, pero el contacto con mi mano lo volvio a prender y bastaron unos pocos jaloncitos para que comenzara a temblar: primero se puso rojo, luego se puso blanco y al final escupio su contenido. La experiencia me parecio fascinante, pues nunca habia visto tan de cerca como funcionaba la naturaleza humana. A partir de entonces subiamos directamente a la azotea y de inmediato pasabamos a la masturbacion; mientras el chupaba mis pechos, yo me hice una experta en menearlo y no descansaba hasta verlo explotar en mis manos. Una vez que nos hicimos diestros en ambas actividades, sentimos que estabamos listos para algo diferente. Yo me segui­a resistiendo a la penetracion vaginal, pues teni­a miedo de embarazarme (desconoci­a la existencia de los anticonceptivos y me daba pena andar preguntando, asi­ que preferi abstenerme por completo), pero pase sin problemas a otra forma muy comun de satisfacerlo; una forma, digamos, oral. Una de mis pocas amigas me conto alguna vez su experiencia, y aunque entonces me horrorizo la idea, cada di­a creci­a en mi­ el deseo de probarlo. Una noche que tenia el miembro en la mano empece a darme cuenta de que, a diferencia del tronco, la cabecita era muy lisa, muy suave, y senti­ el deseo de tocarla con los labios; lamentablemente, en cuanto me acerque me llego un aroma desagradable que me hizo voltear la cara. El me detuvo e hizo que acercara la boca de nuevo; alcance a poner los labios en ella, pero no pude soportar el olor y de plano me negue. Perdio esa vez, pero no se dio por vencido: regreso y me convencio de subir de nuevo; a fuerza de insistir, llegamos al momento culminante y me juro que ahora si me iba a gustar. Me tapo los ojos con un panuelo y asi­, enceguecida, me puso algo en los labios; al principio me eche para atras, pero en cuanto percibi el sabor abri­ la boca: me encanta el chocolate. Luego me ofrecio otro; antes de abrir la boca acerque la nariz y me asegure de que fuera un chocolate; entreabri la boca y alargue los labios para envolverlo con ellos. Delicioso. Cuando me ofrecio el tercero saque la lengua para saborearlo, pero, aunque sabi­a a chocolate, de inmediato supe que era algo distinto. Con precaucion lo chupe y lo segui­ chupando hasta que se acabo el chocolate; no sabi­a a nada, pero lo mejor es que no oli­a a nada, y ya no tuve argumentos para seguirme negando. Con los ojos tapados me concentre en el dulce que teni­a en la boca y me di a la tarea de chuparlo para familiarizarme con su forma. Al principio los dientes me estorbaban, pero aprendi­ a abrir la mandi­bula sin despegar los labios de su piel y a mover la lengua para acariciarlo y pegarlo al paladar, aunque tambien aprendi­ que era mas facil succionar solo su glande, pues tenerlo todo en la boca es realmente estorboso. Me quite el panuelo de los ojos para ver, ahora si­, lo que teni­a en la boca, y cuando levanto la mirada pude ver que estaba encantado con mi boca; sus ojos brillaban en la oscuridad y estaba jadeando. Poco a poco empezo a meterlo y sacarlo como si mi boca fuera la cavidad que no le habi­a ofrecido y, antes de que me diera cuenta, el muy cretino se vino con una gran sonrisa. Estaba a tal grado hipnotizada con sus gestos que no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que empece a sentir un nuevo sabor que no era chocolate. Entonces me cayo el veinte del fluido ligeramente viscoso que teni­a en la lengua y su sabor me dio tanto asco que me fui al lavadero y comence a escupirlo, lavandome la boca con agua directamente de la llave, hasta que se me paso la nausea. Apenado, me ofrecio los demas chocolates que traia en la bolsa y me los comi­ todos de un jalon, hasta que se me quito su sabor.
Pasaron muchos di­as antes de que lo perdonara, pero en cuanto volvimos a subir reanudamos nuestros encuentros intimos. Poco a poco empece a acostumbrarme al sabor aquel (sin disfrutarlo del todo) y aprendi sus ritmos, cuanto tiempo tenerlo en la boca y cuando sacarlo. Provoque muchas eyaculaciones antes de decidirme a saborear de nuevo ese yogur. Un consejo de mi amiga es que me lo metiera hasta el fondo de la boca; asi­, cuando se viniera, el l­quido se iri­a directo a la garganta y me evitari­a problemas con su sabor; con el tiempo pude tolerar conservarlo en la lengua, aunque pocas veces acepte tragarlo. Y asi­ hubiera pasado mi juventud si no hubiera conocido a otro chico, mas guapo, alegre y atractivo, quien, despues de varias citas, me convencio de probar su eli­xir: entonces el cielo se ilumino: ¡su sabor era dulce y me encanto! Aprendi­ entonces que habi­a varios sabores y, a la larga, me hice adicta al mas dulce. Un di­a, mi novio se entero de que le habi­a puesto el cuerno y me mando al carajo; por supuesto, en venganza le conto a todo el mundo que me gustaba mamar verga y me pinto como la mas grande de la escuela. Claro que me gustaba, pero esto me creo una pesima fama en el salon, la cual me acompano hasta que termine la educacion media; sin embargo, al mismo tiempo me hizo una chica muy popular, pues desde entonces me hice de muchos pretendientes atraidos por mis habilidades. Por suerte para mi, por esas mismas fechas nos cambiamos de casa y entre a una prepa lejos de ahi­, a salvo de mi mala fama. Por otra parte, ese tipo de experiencias me sirvieron para fortalecer mi caracter, no darle importancia a la opinion de los demas y seguir con mi intento de hacer de mi vida algo especial.
De cualquier forma, esa etapa de mi vida fue maravillosa; y hubiera sido mejor de no ser por la fama que adquiri­ y por lo que ocurrio en la fiesta de fin de cursos, donde dicen que me cogi­ a todos mis amigos. La verdad, sigo sin recordar que paso esa noche. Pero esa historia la dejo para el proximo relato.
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Mi primera vez
Publicado en:16 Noviembre 2021 5:05 pm
Última actualización en:16 Mayo 2023 5:27 pm
1213 vistas
Todos nos acordamos del primer beso, el primer amor o el primer di­a en la escuela; yo recuerdo mi primera relacion sexual, y como no es algo que pueda contar a mis nietos, prefiero recordarlo aqui­. Fue algo espontaneo y muy especial para mi­. De hecho, lo describi­ en estas paginas hace algunos anios y me encanta volverlo a vivir.
Como dije en otro relato, siempre he sido muy alegre, pero en esa epoca nacio mi exhibicionismo: soli­a pasear por la casa en minifalda; me gustaba cantar, rei­r, bailar y, sobre todo, jugar con los hombres de la casa. les hable de mi primo el mayor, quien me dio mi primer beso. Sus padres lo habi­an enviado con nosotros para que estudiara en un mejor colegio; en las vacaciones regresaba al campo, donde vivi­a su familia, y nos invitaba a ir a todos. Esos di­as montabamos a , nadabamos en el ri­o y nos la pasabamos en la pura diversion.
En el campo habi­a mucho espacio; en cambio, en la ciudad vivi­amos hacinados y por eso nos molestabamos mucho; era una lucha constante todo el tiempo, menos con mi primo, y mucho menos despues de aquel beso; ahora lo vei­a diferente y trataba de que el me viera igual. Me encantaban sus ojos verdes, sus pecas, su cabello largo. Procuraba estar junto a el, pero no se me ocurri­a de que platicarle y acababa riendome como una boba; cuando se me quedaba viendo, me poni­a roja y mejor me iba corriendo.
Intentaba hacerme mas visible ante sus ojos sin que se dieran cuenta los demas, llevandole un chocolate, platicandole de su equipo favorito o preguntandole cosas para hacer mi tarea, en fin, aprovechando que por las noches se encerraba en su cuarto para estudiar. Hasta ahi­ llegaba yo para sentarme en su cama subiendo una pierna en ella, lo que me levantaba la falda, o sencillamente me acercaba cuando estaba acostado, con el pretexto de buscar algo en el ropero o de asomarme por la ventana, y poni­a mis piernas a la altura de sus ojos, al alcance de sus manos, fingiendo no darme cuenta de que estaba a diez centi­metros de mi.
Otras veces, cuando mis hermanos y el estaban acostados en la cama viendo comics, entraba yo sin tocar y me sentaba junto a ellos, o de plano me trepaba encima de cualquiera preguntando que estaban haciendo, hasta que me tiraban o me corri­an. Cuando no lograban deshacerse de mi­, se levantaban y se iban a jugar al patio, dejandome acostada hasta que me ganaba el suenio. Yo no teni­a ningun proposito definido con mi primo, simplemente me gustaba estar junto a el; si acaso, arrancarle algun otro beso y ya. Me hubiese encantado ir al cine con el, andar abrazados en la calle o salir de paseo tomada de su mano, pero no podi­amos ser novios porque eramos primos, punto. Lo que ocurrio no fue premeditado.
Sucedio en las vacaciones de verano. Como siempre, nadamos en el ri­o, ordeniamos vacas, etc. Lo novedoso fue que me toco pastorear al ganado; mientras cuidaba que los borregos no se perdieran, vi un par de caballos galopando, como jugando o peleando, y de pronto uno de ellos se paro detras del otro, se levanto y puso sus patas delanteras sobre el lomo del otro. Pero lo que mas me fascino fue ver el tubo negro que colgaba debajo de el y que acabo metiendo en el otro . Me quede estupefacta. Al verme, mis primos comentaron que la yegua estaba en celo, pero que eso no era nada: en los proximos di­as iban a traer un toro para que montara a las vacas, ¡y eso si­ que era un gran espectaculo! Yo segui­a en shock, sin poder procesar lo que habi­a visto, y mejor me regrese a la granja.
No teni­amos casa en el rancho, asi­ que los ti­os nos hospedaban en su granja; y como no teni­an cuartos de huespedes, nos reparti­amos para dormir primos con primos, primas con primas. Sin embargo, mis primas eran mayores que yo y siempre estaban ocupadas con sus tareas, de modo que para no aburrirme terminaba buscando a mi primo favorito. Lamentablemente, no siempre coincidi­amos: eramos mas o menos de la misma edad, pero el sabi­a andar a o manejar un tractor y eso le daba un aire de confianza y seguridad. A veces se ausentaba todo el dia; solo llegaba a su casa para comer y se volvi­a a ir.
Una tarde, el ti­o nos invito a ir a San Juan a ver unas vacas que queri­a comprar; solo se iban a quedar mi ti­a y una prima para hacer la comida. Yo no teni­a ganas de ir, pero tampoco queri­a quedarme sola con ellas; cuando estaba a punto de subir a la camioneta, vi a lo lejos que veni­a mi primo en su . Apenas lo vi, le dije a mi ti­o que me doli­a un poquito la panza y que mejor queri­a acostarme un rato. La ti­a se ofrecio a cuidarme y subi­ a mi cuarto. Ahi­ me quede un ratito, acostada en la cama, hasta que se fueron; cuando escuche los pasos de mi primo en el corredor, dirigiendose a su cuarto, me levante, me quite el pantalon que usaba para andar en el campo y me puse mi faldita. Procurando no hacer ruido, fui al cuarto de mi primo para ver que estaba haciendo; como siempre, entre sin tocar.
Fue algo muy curioso: estaba acostado en la cama, ¡sobre su almohada!, viendo una revista; apenas me vio metio lo que lei­a debajo de la almohada. Fingiendo ignorancia, me acoste junto a el y le pregunte que lei­a. Me dijo que nada, mientras se levantaba; aproveche ese descuido para meter la mano bajo la almohada. Quiso evitarlo, pero era tarde: puse la revista en mi pecho y me acoste boca abajo para evitar que me la quitara; luego trate de levantarme, pero el me jalo hacia la cama y comenzo a forcejear conmigo, yo muerta de la risa, el todavi­a serio. Despues cambio de tactica y empezo a hacerme cosquillas para que soltara el comic; yo me retorci­a de la risa, pero segui­a sin soltarlo, hasta que por fin parecio darse por vencido. Se quedo acostado viendo al techo. Al verlo serio deje de rei­r, despegue la revista de mi pecho y le pregunte si podi­a verla con el. Suspiro y dijo que si­. Me acoste y me acerque a el, para que los dos pudieramos ver.
Era uno de esos comics con chistes y dibujos de mujeres desnudas. Teni­an pechos enormes, como globos. Deje de ver la revista, voltee a verlo y le pregunte: ¿te gustan asi­ las mujeres? Solo sonrio e hizo un gesto de aprobacion. Yo no estoy asi­, le dije, ¿te parezco fea? ¡Como crees!, respondio, ¡eres muy bonita! Le pellizque suavemente la mejilla y le di un beso. Seguimos leyendo cuando me acorde de algo. Oye, le dije, ayer vi a un montar a una yegua. Esta en celo, contesto. Es la epoca; si quieres ver mas, maniana van a traer un toro para que monte a las vacas. ¿Aunque les duela? No les duele, respondio. Les gusta. No dije nada y volvi­ a abrir la revista, pero poco despues volvi­ a la carga: oye, ¿como sabes que les gusta? A todas les gusta, concluyo. No dije nada y nos quedamos en silencio. Seguimos leyendo. Había algunas fotos de mujeres desnudas y me detenia en ellas, para que las viera mejor. Senti­a su aliento en mi oreja; habi­a pegado su mejilla a la mi­a para poder leer, teni­a su brazo sobre mi cintura y podi­a sentir su cuerpo. Su corazon lati­a muy rapido y poco a poco senti­ que pegaba su cadera a la mi­a. Como habi­a experimentado en el sillon de la casa, di­as atras, volvi­ a sentir su vientre duro y caliente. Entonces me dijo: ¿quieres saber que sienten las vacas? Por un momento me quede muda, sin entender, pero pudo mas mi curiosidad y sin pensar, por pura travesura, le dije: ¡muuuuy bien!
La casa estaba en silencio. En la cocina se escuchaba como preparaban la comida. Y arriba, en la recamara del fondo, el unico ruido que se oyo por unos instantes fue el del pasador con el que mi primo cerro la puerta de su habitacion. Cuando vi que tambien cerraba las cortinas me dio un ataque de panico; comence a respirar muy fuerte y a temblar, no se si de miedo o de fri­o. ¿Me habri­a excedido? ¿Que me iba a hacer? Senti­ una sensacion nueva en el estomago, como el estres antes de los examenes. Volvio a la cama y me abrazo; al darse cuenta de que estaba temblando, jalo la colcha, se acosto junto a mi­ y cubrio nuestros cuerpos. Asi­ permanecimos unos minutos, hasta que deje de temblar y me acurruque junto a el. Tengo suenio, le dije. Duermete, respondio, y comenzo a acariciarme. Nooo, va a venir tu mama, susurre. Nunca viene, contesto. Senti­ sus manos tocar mi rostro, mis brazos, mi vientre, una y otra vez, hasta que dejo la mano descansar en mi cadera. La acaricio lentamente, sintiendo su curvatura, sin apretarla, apenas rozandola. Era imposible conservar la calma y mi respiracion se incremento notablemente. Senti­a la cara muy caliente y no podi­a respirar bien, pero procuraba no moverme, esperando la proxima caricia.
Por mi inmovilidad parecia que me habia quedado dormida, pero mi respiracion agitada decia lo contrario. Por eso lo sentia titubeante, aunque sin dejar de acariciarme. Bajaba la mano para tocar mis piernas y volvi­a a subirlas hasta la cadera. Poco a poco senti­ sus caricias mas intensas, mas atrevidas; sus manos estrujaban abiertamente mi carne, pero aunque poco a poco comenzo a tocar partes que nadie me habi­a tocado jamas, permaneci­ con los ojos cerrados. Eso si­: cuando me beso en la boca, le correspondi­ con fuerza, con pasion, tratando de comportarme como lo hari­a una novia. Cuando estuvo seguro de que no iba a irme ni a gritar, me acaricio el cabello, me dio un beso en la mejilla y, acto seguido, me quito la falda y me bajo los calzoncitos a media pierna. Senti­ las mejillas muy calientes y de inmediato me vino a la mente la imagen del montando a la yegua. Se dio cuenta de mi nerviosismo y me abrazo para calmarme. Logro tranquilizarme, pero cuando volvi­ a sentir su mano directamente en mis nalgas se me seco la boca.
Recorri­a mis nalgas una y otra vez con la mano; a veces bajaba su cara y me tocaba con sus mejillas y luego con sus labios. Me dio muchos besos, y poco a poco me senti­ mas comoda con su contacto, hasta que mi respiracion se normalizo. Cuando estaba mas tranquila se levanto de la cama por unos instantes, y antes de que abriera los ojos para ver que estaba haciendo se volvio a acostar junto a mi­, pero esta vez senti algo totalmente distinto. Estaba sobre mi costado izquierdo, con los calzoncitos a media pierna, y entonces senti­ que me tocaba algo muy caliente, muy duro; cuando adverti­ que era volvioƒa faltarme la respiracion. Pero no me dio ningun otro abrazo: con su cuerpo me puso totalmente boca abajo, se coloco encima de mi­ y me planto en medio de las nalgas un trozo de carne que entonces senti­ enorme. Me lo paseo por el espacio que hay entre mis nalgas, empujandolo, presentandomelo, pero sin tratar de meterlo; pegaba sus caderas a las mi­as y las empujaba hacia adelante, no se si jugando o intentando meterlo, pero cada intento me secaba cada vez mas la boca y poco a poco empece a experimentar un hueco en el estomago, unas ganas inmensas de ir al banio, en fin, sensaciones diversas que no sabi­a exactamente como interpretar. Senti que me ahogaba, tanto que tuvo que acercarse a mi­, pegando su mejilla a la mi­a para darme besos. Entonces me volvio a morder la oreja y me pregunto: ¿quieres? Yo queria levantarme e irme a mi cama, pero cuando abri la boca solo salio una palabra, como un susurro: si.
Confiado, se volvio a acostar encima de mi­, sofocandome con su peso; aunque de inmediato se volvio a levantar, se sento a horcajadas sobre mi cadera, otra vez recorriendo las comisuras de mis nalgas con su pene. En cierto momento me abrio ligeramente las piernas y trato de colocar su miembro entre mis nalgas vi­rgenes. Empujo con suavidad, pero su pene resbalo; lo intento de nuevo y otra vez fallo. No pudo entrar ni una tercera ni una cuarta vez, pues el pene resbalaba; me senti­ un poco aliviada y hasta empece a animarlo (mentalmente). Llegue a pensar que no iba a pasar nada relevante y eso me sirvio para relajarme; por eso no le di tanta importancia cuando se unto saliva en su miembro, de lo que me di cuenta cuando empece a sentirlo humedo; ni tampoco cuando coloco la punta en la entrada de mi culito, moviendola alrededor de ella, como acariciandola con su cabecita. Cuando vio que este masaje abri­a un poquito la entrada (o asi­ lo estaba yo sintiendo), lo empujo de un solo golpe.
Tuve que enterrar mi cara en la almohada para sofocar mi grito. Pero no fue de dolor; mas bien fue de asombro, de sorpresa, quiza de excitacion. Entonces no sabi­a nada de orgasmos, lo que senti­ de inmediato fue que el pepino que me metio habi­a llegado hasta mis heces, pues senti­ ganas de defecar, de ir al banio, creia que se habi­a abierto el esfi­nter y que saldri­a todo lo almacenado. Quise levantarme, pero no pude, pues me teni­a como remachada, como atornillada a la cama. Por un instante parecia que me lo iba a sacar, y entonces lo senti­ de verdad: algo distinto a mi­ estaba saliendo de mi­, se habi­a abierto paso haciendo a un lado lo que se encontraba de frente, y cuando se retiraba senti que dejaba un hueco tras de si­; cuando lo volvio a meter senti­ que llenaba ese hueco, pero ahora senti­a tambien que me ganaban las ganas de hacer pipi­ y trate de apretar las piernas, pero de cualquier modo senti­a humedad corriendo por mis muslos, o al menos eso pensaba. Pero nunca fue dolor, era una sensacion totalmente nueva que sigo sin poder describir; entonces comprendi lo que senti­an las perras en la calle, la yegua aquella o las vacas ante el toro. Ahora conocía mejor mi cuerpo y sus alcances, asimilando las nuevas sensaciones, sintiendo como la sacaba y la volvi­a a meter. Comence entonces a saborear una verga por primera vez en mi vida, entrando y saliendo de mi cuerpo. Hubiera querido entonces ampliar mi interior para absorberla por completo, pero era inutil: mas adentro no la podi­a meter.
Despues nos quedamos inmoviles, yo acostada boca abajo en la cama, el encima de mi­. No se habi­a movido mas que dos o tres veces. No se si no sabi­a que teni­a que moverse o simplemente si habi­a eyaculado muy pronto; la cuestion es que durante un par de minutos ni el ni yo nos movimos y nos quedamos pegados, siendo una sola persona, hasta que por fin se levanto y saco su miembro de un jalon. Senti entonces el hueco que quedaba vaci­o, el reacomodo de mis tripas, y temi­ que se me saliera algo por alla­, por lo que cerre con fuerza las piernas. Al mismo tiempo senti­ que mi calzoncito subi­a por mis piernas, pero para ponermelo hasta arriba necesitaba que me levantara un poquito. Como permaneci­ inmovil, lo dejo hasta ahi­, me dio un beso en la mejilla, me tapo con la cobija y salio de su cuarto. En cuanto escuche sus pasos en el pasillo, me levante lo mas rapido que pude, me puse bien mis calzoncitos, me coloque mi falda, me asome para ver si habi­a alguien cerca y, cuando vi que todo segui­a silencioso, me eche a correr al banio. Me quede ahiƒcomo media hora, pensando en lo que habi­a sucedido, reflexionando si me habi­a gustado o no, si era lo que habi­a intuido o si habi­a quedado embarazada, hasta que escuche la voz de mi tia avisandome que ya podi­a bajar a cenar.
Solo cenamos mi ti­a y yo. El se habi­a ido. Mejor para mi­, porque no habri­a podido mirarlo a la cara. Cuando regresaron todos me preguntaron como me senti­a. Y les dije la verdad: un poquito descompuesta. Sin embargo, al di­a siguiente me senti­ mejor. No teni­a dolor ni molestia alguna. Pero el no se acordo de mi­, lo que me dejo un tanto decepcionada. No volvi­ a verlo hasta la noche, cuando llego a cenar. Yo estaba viendo la tele cuando se me acerco y me pregunto como estaba. Senti­ que me poni­a un poquito roja, pero cualquiera que se hubiera dado cuenta habri­a pensado que eran secuelas de la fiebre que nunca tuve. Bien, gracias, le dije secamente.
No lo volvi­ a ver hasta el ultimo di­a de las vacaciones. Todos nos despedimos efusivamente de los ti­os y de los primos; los abrace uno por uno, agradecida por todo lo que hicieron por mi­. Cuando me despedi­ de el, lo abrace, le di un beso en la mejilla y le dije, delante de todos: Muchas gracias por todo. Me gusto mucho. Solo sonrio y me dijo: Gracias a ti.
Nunca nadie sospecho. Solo lo supimos el y yo. Siguio viviendo en la casa por un tiempo mas, pero ya no volvio a buscarme. Nunca supe por que. ¿No le habri­a gustado? ¿No me queri­a cerca de el? ¿Temi­a que lo fuera a acusar? No sabi­a si era por el o por mi­, pero algo habi­a cambiado. Y yo tampoco lo busque, para que voy a mentir. Y asi­ dejamos de vernos por anios. A veces coincidimos en eventos importantes de la familia. Por supuesto, hemos cambiado mucho; el tiene musculos ahora, pero todavi­a conserva el pelo largo, sus pecas y unos hermosos ojos verdes que, cada vez que me miran, hacen que las piernas se me doblen.
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Una tarde lluviosa en el auto
Publicado en:12 Noviembre 2021 10:11 am
Última actualización en:16 Mayo 2023 5:31 pm
1482 vistas
¿Sexo en el auto? Mmmh, sí, alguna vez lo hice, pero me pareció muy incómodo. Era universitaria y me reunía con los chicos del salón en el estacionamiento para beber cerveza; había salido con varios de ellos y me llevaba bien con todos. De ahí solíamos ir al cine o a bailar. En una ocasión decidimos ir a un autocinema en Ciudad Satélite. Ya no recuerdo qué película pasaban; el lugar estaba casi vacío y el sonido era pésimo, pero a mis amigos les fascinó una escena en que los protagonistas tenían sexo en el asiento trasero de un auto. Apenas la vieron comenzaron a hacerme insinuaciones, pero yo los mandé al cuerno. Estaba aburrida y sugerí que mejor nos fuéramos; estuvieron de acuerdo y nos metimos al auto. Error: estaba en el asiento trasero, flanqueada por dos de mis ex, y apenas arrancó el auto, uno de ellos pasó su brazo sobre mis hombros y otro me tocó la pierna; molesta, quité sus manos de mi cuerpo. Si estaban pensando en sexo grupal se habían equivocado de persona, por lo que les dije que si iban a estar en ese plan mejor me bajaba; estaban algo ebrios, pero finalmente se disculparon y me juraron que ya se iban a comportar.
Conocía al conductor desde la prepa y éramos vecinos, así que después de dejar a los demás cerca de Atizapán ofreció darme un aventón a casa. Acepté con gusto. Vivía con mi familia en Lago de Guadalupe, en los suburbios de la Ciudad de México, y siempre tardaba horas en llegar, por el tráfico vespertino. Así que disfruté mucho mi paseo. Era la época de lluvias, por lo que no fue sorpresa que en el camino se soltara el aguacero; cuando llegamos, la lluvia había arreciado y preferí esperar a que amainara, pero pasaron los minutos y, en lugar de terminar, parecía incrementarse. Era un espectáculo maravilloso y lo contemplamos en silencio, pues los truenos acallaban nuestra conversación. Por fortuna, vivía en la parte alta de una colina y los torrentes de agua no inundaban la casa, sino que bajaban formando verdaderos ríos. Muy pronto los vidrios del auto comenzaron a empañarse y a impedir totalmente nuestra visibilidad. Además, los relámpagos comenzaron a ponerme nerviosa; quise fumar, pero entendí que no habría manera de sacar el humo, pues la lluvia golpeaba furiosamente los cristales del auto, así que simplemente me recargué en el asiento. Mi amigo me ofreció una galleta, y mientras la comía me apoyé en su hombro. Esta vez no lo rechacé cuando pasó su brazo sobre mi hombro, pues se estaba haciendo tarde y se sentía fresco. Nos quedamos así por un instante, dándonos calor mutuamente. Sentí que apretaba mi hombro con su mano y puse la mía sobre su pecho. Percibí cuán rápido latía su corazón.
Habíamos sido novios en la prepa, pero duramos poco y nos hicimos amigos. En aquel momento me sentí a gusto recargada en su pecho. Sentía calor y protección ante los rayos. Alcanzaba a ver sus vellos saliendo de su camisa y no pude evitar tocarlos. Reímos y me apretó más. Recargada sobre él, mi brazo izquierdo descansaba sobre su pierna derecha. Yo no tenía ninguna intención, pero creo que él interpretó lo contrario, porque volteó su cabeza y comenzó a oler mi cabello. Entonces lo tenía largo, más abundante, y el champú que usaba hacía que oliera rico, como a frutas, por lo que pegó su nariz y, al mismo tiempo, su boca a mi cabello. Al sentir que me besaba el cabello levanté la cara para mirarlo, interrogante. Él nuevamente confundió mi conducta y aprovechó para acercar su boca a la mía. Se detuvo a un centímetro de mis labios y me miró. Yo tenía los ojos entornados, y cuando sentí su aliento tan cerca actué por reflejo: cerré los ojos y me humedecí los labios con la lengua. Fue como la señal de arranque para él. Pegó sus labios a los míos, primero con timidez, pero después con fuerza, y me besó largamente, como si quisiera ahogarme, pegando sus labios a los míos y después girando la cabeza una y otra vez. Literalmente me dejó sin aire y tuve que separarlo para respirar; jalé una bocanada de aire, apenas lo suficiente antes de volver a sentir sus labios. Sentí su lengua y la toqué con la mía, tras lo cual él se olvidó de timideces y metió decididamente su lengua en mi boca.
Para entonces ya no escuchaba la lluvia ni los truenos, tenía los ojos cerrados, concentrada en esa lengua invasora. En ese momento escuché que él se quitaba el cinturón de seguridad y volteaba hacia mí, que seguía con el cinturón puesto. Mientras volvía a besarme con ímpetu, con fuerza, casi rabiosamente, sentí su mano izquierda sobre mi teta izquierda y empezó a apretarla. Sentí que me faltaba el aire e instintivamente me quité el cinturón, lo que él aprovechó para desabotonar mi blusa y meter su mano por la parte superior de la blusa hasta tocar mi hombro; luego bajó la mano y la metió bajo el sostén, tocando directamente mis senos. No le costó trabajo sacar mi pecho de su guarida y pegar sus labios a mi pezón, que lo esperaba ya totalmente erguido. Todo este tiempo yo había permanecido con las manos inmóviles, una sobre su pierna y otra a mi costado, pero cuando sentí sus labios succionando mis pechos no pude seguir quieta: primero le clavé las uñas sobre la pierna, pero después subí la mano hacia su entrepierna, hasta tocar el bulto duro que bajaba sobre la pierna derecha. Apenas lo toqué, todo se desarrolló muy rápido, como un torrente de agua.
Era un auto muy chico y no había mucho espacio en el asiento trasero, así que simplemente hizo los asientos hacia atrás, bajó el respaldo del asiento y casi me recostó; después me subió la falda y, mientras me seguía besando, metió su mano bajo mis pantis. Ya estaba yo bastante excitada, pero cuando sentí sus dedos dentro mi corazón comenzó a latir aceleradamente. Creo que mordí sus labios y enterré mis uñas en su bulto. Bastaron unos pocos instantes para que su mano quedara empapada; podía gemir libremente, pues la granizada golpeaba furiosamente el auto y el sonido era escandaloso. No me dio tiempo siquiera de reponerme, pues en cuanto sintió mis estertores creyó que era su oportunidad: se abrió la bragueta, sacó su campeón y puso mi mano sobre él. Automáticamente me aferré a él y empecé a sacudirlo, arriba y abajo; pero ése no era su plan: como su brazo derecho seguía sobre mi hombro, sentí que me jalaba hacía él. No hacía falta ser un genio para saber adónde quería llegar, pero tampoco tuvo que rogarme: al ver entre las penumbras el pene erguido, majestuoso, pude percibir su aroma inconfundible, fuerte, que me impelía a acercarme para olerlo más de cerca, para impregnarme de sus aromas, para besarlo y saborearlo. Creo que hago estas cosas en automático, porque nunca supe en qué momento lo tenía ya dentro de la boca, saboreándolo, chupándolo como paleta, mordisqueándolo y succionándolo, tan diestramente que por sus movimientos entendí que no tardaba en soltar su carga. Iba a sacarlo de mi boca cuando recordé que, en otras ocasiones, apenas lo sacaba recibía los chorros en la cara, en el cabello o, peor aún, en la ropa. ¡No podía llegar a casa con mi blusa manchada!, de modo que en lugar de separarme me aferré más a él y cerré mi boca por completo alrededor de su glande, hasta sentir los pequeños chorritos que se combinaban con mi saliva. Cuando terminó, simplemente entreabrí los labios y dejé que el líquido se escurriera sobre su miembro. Mi blusa quedó impecable.
Ya no se escuchaban truenos, pero la lluvia no aflojaba. Y aunque estábamos más calmados, su miembro seguía semierecto; tomé una servilleta y comencé a limpiarlo; por pura maldad volví a agitarlo, y esto ocasionó que se despertara del todo. No puedo tener en la mano un miembro viril sin que instantáneamente quiera tenerlo adentro. Y creo que él pensaba igual: apenas sintió que su campeón adquiría mayor firmeza, hizo que me levantara, se pasó al lado del copiloto, me levantó la falda, me bajó la panti y pegó su lengua a mis nalgas. Yo estaba muy incómoda, pues no podía erguirme y tenía las piernas semiflexionadas, con las manos sobre la guantera. Él aprovechó mi postura para poner ambas manos en ms nalgas, apretándolas y apartándolas para meter su nariz entre ellas. Cuando advirtió que por mucho que lo intentara no podría meter su lengua en mi culito, porque estaba muy nalgona, hizo que me sentara encima de él. Me levanté un poquito, tomé su miembro, lo coloqué abajo de mí y poco a poco me senté sobre él. Cubría por completo mi cavidad y sentí de inmediato un gran bienestar, como si hubiera adquirido conciencia de tener un hueco en el centro de mi cuerpo y ahora lo hubiera colmado, como si estuviera completa. Lánguidamente, me levantaba y, al sentir los bordes de su glande en mis labios, me dejaba caer otra vez, con cierta lentitud, saboreando el sacarlo y volverlo a meter mientras escuchaba la lluvia afuera. Los vidrios seguían empañados, pero además ya había caído la noche. Era muy excitante estar frente a la casa, a unos metros de mis padres, en un espacio público donde cualquiera hubiera podido verme cogiéndome a un hombre, protegidos tan sólo por unos cristales empañados. Incluso podía escuchar cómo rechinaban los amortiguadores. Hubiera seguido así durante un buen rato, pero cuando sentí sus manos a los lados de mi cadera comprendí que se había impacientado y quería acelerar un poquito el proceso, así que comenzó a golpearme las nalgas con sus testículos, más rápido más rápido más, provocando que el carrito comenzara a zangolotearse, hasta que por sus gemidos entendí que estaba por venirse y me levanté justo a tiempo, porque se vino con un fuerte grito, salpicando mis nalgas, pero afortunadamente fuera de mí. Si mis padres lo oyeron, seguramente lo confundieron con otro trueno.
Estuvimos ahí todavía un rato más, sin movernos, sin asearnos, sin acomodar nuestra ropa, confiados en que la lluvia seguía protegiéndonos. Aprovechamos ese momento para fumar, hasta que la lluvia cedió. Entonces sí procedimos a bajar las faldas, a subir los cierres, y estábamos platicando cuando salió mi mamá, que iba a comprar pan. Nos bajamos del coche, y mientras él aprovechaba para saludarla, yo me metía a la casa queriendo pasar inadvertida. Desde la puerta vi cómo se despedía, entraba al auto y arrancaba. Fui corriendo a mi cuarto, me lavé la cara, por si acaso, y me cambié de ropa. Cuando mamá regresó, cenamos y entonces comenzó a preguntarme por él. Lo conocía desde que era un chamaco y siempre le pareció un chico trabajador, guapo y muy decente. A mí me parecía un tipo equis, pero ella lo consideraba digno de su y se desvivió en halagos para el vecino: “Ay, , se ve que le gustas, ¿no te ha pedido que seas su novia?, ¿por qué no le das una oportunidad? ¡Es tan trabajador, tan serio, tan respetuoso!”
Ay, mamá, ¡si supieras!...
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Primer contacto
Publicado en:16 Abril 2021 10:36 am
Última actualización en:16 Mayo 2023 5:34 pm
1278 vistas
Desde muy muy joven acostumbraba asomarme por la ventana para ver las manadas de perros callejeros persiguiendo perras, hasta que las alcanzaban y las rodeaban; me fascinaba la docilidad con que éstas los dejaban montarlas, uno tras otro, y no podía dejar de mirar esos penes rojos y brillantes como salchichas en aceite, que metían en las colitas de las hembras. En casa me prohibían ver ese espectáculo y me amenazaban con que me saldrían perrillas si seguía espiando; sin embargo, mis amigas me dijeron que no me preocupara y me explicaron que "eso" es lo mismo que hacen los hombres con las mujeres.
Semejante explicación incrementó mi curiosidad, pues creía entonces que mis compañeros de clase también tenían los penes rojos y brillantes. En educación física los veía brincando en shorts y era advertir el movimiento de sus miembros. Hipnotizada, imaginaba que de pronto me perseguirían y yo me echaría a correr y que me alcanzarían en el fondo del patio, donde me rodearían y me bajarían el short, me pondrían de rodillas y con los codos en el suelo, dócil como una perrita, para luego meter sus rojas salchichas en mi colita, uno tras otro.
Me daba pena platicar de esto con mis hermanas y prefería concentrarme en los hombres a mi alcance. Convivía mucho con mis primos, algunos de ellos muy guapos; pasábamos juntos las tardes y practicábamos juegos como el burro castigado, las coleadas y las cebollitas. ¿Los conocen? Los dos primeros eran muy bruscos y casi siempre terminaba con las rodillas raspadas; por eso mi favorito era el tercero, en el que todos nos sentábamos uno tras otro y nos sujetábamos por la cintura para evitar que nos separaran. Era de las pocas veces en que tenía libertad para abrazar (y dejarme abrazar) sin que mis hermanas me regañaran. Al principio lo hacía sin malicia, pero después comencé a sentir algo diferente cuando el primo que estaba atrás se me pegaba como chicle; fingía no darme cuenta cuando una de sus manos permanecía sobre mi ombligo, pero la otra subía hasta mi pecho aprovechando la intensidad del juego. Siempre terminaba agitada y con las mejillas rojas.
Yo era muy delgada, pero tenía piernas bonitas y, aprovechando que las minifaldas estaban de moda, las usaba todo el tiempo. Así andaba por la casa, frente a mis primos. Eran de mi edad, más o menos. Una tarde estaba el mayor sentado en el sillón; fingí no darme cuenta de que el lugar estaba ocupado y me dejé caer en él. Por supuesto, mis nalgas aplastaron su pene, pero no se quejó; y yo, en lugar de quitarme de inmediato, fingí sorpresa y le dije: "¡Ay, perdón, no vi que estaba ocupado, ahorita me quito!", pero no me quité; mi primo simplemente se rio y me pasó los brazos por la cintura, como en el juego. Pero esa vez mordisqueó mi orejita derecha y creo que el momento fue mágico, porque no sólo sentí que mi corazón empezaba a latir muy fuerte, sino que también advertí que su pene se ponía duro y caliente.
Por primera vez sentí cosquillas en mi colita y quise rascarme, pero esto hubiera implicado tocar su miembro con la mano, de modo que decidí restregar mis nalgas sobre mi primo, en parte por la comezón, en parte por travesura. Al darme cuenta de que mi colita y su pene estaban casi pegados (sólo los separaba un cachito de tela), pues bastaba bajar su cierre y levantar mi falda para sentir su salchicha dentro, experimenté vértigo, y cuando sentí que su mano trataba de agarrar mi pecho, como en el juego, apenas pude voltear la cabeza para darle un beso. Cuando él se movió para devolvérmelo, cerré los ojos y, en el momento en que sentí sus labios pegados a los míos, escuché pasos y me tuve que levantar rapidísimo para acomodar mi falda e irme corriendo, pues cualquiera se hubiera dado cuenta de que mis mejillas estaban muy rojas y mi respiración muy agitada.
No sólo fue mi primer beso en la boca, sino que también fue la primera vez que sentí crecer entre mis nalgas el miembro de un hombre. Pocos días después lo conocería mucho mejor, aunque el relato correspondiente (que publiqué en estas mismas páginas hace muchos años) lo recrearé la próxima vez. ¡Besos!
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